España es uno de los países más afectados por la desertificación. Según un informe elaborado por el Tribunal de Cuentas Europeo, el 74 por ciento del territorio español está en riesgo de desertificación y un 20% corre un peligro alto o muy alto de convertirse irreversiblemente en desierto.
Esta degradación del suelo es uno de los efectos del cambio climático, consecuencia directa del aumento de las temperaturas y de las sequías, y del descenso de las precipitaciones. Además, es relevante recordar que la degradación del suelo emite gases de efecto invernadero y estos suelos degradados tienen menos capacidad de almacenamiento de carbono.
Asimismo, tal y como apuntan desde la ONG Reforesta, a estas condiciones climáticas hay que añadir otros factores socio-ecológicos. Entre ellos, destacan la fragilidad de los suelos; el relieve accidentado; la erosión; la cubierta vegetal fuertemente antropizada; la incidencia de los incendios forestales; la crisis prolongada en la agricultura; la explotación insostenible de los recursos hídricos subterráneos y superficiales; la concentración de la actividad económica en las zonas costeras y en los principales núcleos urbanos.
Efectos de la desertificación
Phil Wynn Owen, miembro del Tribunal de Cuentas Europeo responsable del informe, no duda en asegurar que la desertificación “puede acarrear pobreza, problemas de salud provocados por el polvo transportado por el viento, y un declive de la biodiversidad. También puede tener consecuencias demográficas y económicas, y obligar a la población a abandonar las zonas afectadas”.
En España, tal y como se desprende se desprende de los datos que elabora el Programa de Acción Nacional contra la Desertificación (PAND), del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, los territorios más vulnerables son las islas Canarias, el sur de Baleares, el sureste peninsular y amplias áreas del valle del Ebro en la Rioja, Aragón y Catalunya.
El proceso de desertificación, cuyo riesgo va en aumento, se traduce en una reducción en la producción de alimentos, infertilidad de los suelos, reducción de la resiliencia natural de la tierra y menor calidad del agua.
Los incendios de Gran Canaria y la acción social de Cajasiete
El pasado mes de agosto, el fuego asoló Gran Canaria. El incendio forestal, el más grave vivido en la isla en los últimos doce años, quemó 10.000 hectáreas de vegetación en un perímetro de 112 kilómetros. En Cajasiete, entidad de Grupo Caja Rural, como medida de apoyo y solidaridad con los damnificados, se aprobaron una serie de ayudas para intentar que los efectos económicos fuesen lo más reducidos posibles, y facilitar una más rápida recuperación de la actividad económica en las zonas afectadas.
Además, gracias a un plan de acción promovido por Foresta, junto con el Cabildo de Gran Canaria y Cajasiete, la entidad puso en marcha una campaña de donación a través de Bizum, en ruralvía pay, para reforestar las hectáreas afectadas.
Reforestación para luchar contra los efectos de la desertificación
Según el citado informe europeo, las medidas tomadas hasta la fecha por los países miembros “no son coherentes” y se carece de una idea clara del problema.
En Reforesta son conscientes de que combatir la desertificación no requiere únicamente voluntad política, sino también implicación ciudadana. Por ello, realizan campañas de sensibilización y formación sobre la importancia de frenar la degradación del suelo y distintas acciones sobre el terreno.
Acciones que se centran, principalmente, en la reforestación con especies autóctonas en distintos emplazamientos, introduciendo la mayor variedad posible. De esta manera se consigue aumentar la diversidad y se prepara a los ecosistemas para hacerlos menos vulnerables ante los efectos del cambio climático porque “salvar los bosques es frenar la desertificación”.
El rol de los árboles es fundamental. Gracias a ellos se protege el suelo. Sin una buena cubierta vegetal el suelo está desprovisto de protección frente al impacto, por ejemplo, de las gotas de lluvia o de la acción del viento. Así, se genera un mayor arrastre de tierra que va a parar a los pantanos, reduciendo su capacidad de almacenamiento de agua; se pierde la capacidad de recarga de los acuíferos y, en definitiva, se pierde suelo.
Por otro lado, los árboles captan carbono de la atmósfera, disminuyendo los niveles de dióxido de carbono. “Al quemarlos, matamos a estos purificadores de aire y generamos un doble problema, ya que los árboles liberan a la atmósfera el carbono que habían captado, aumentando el calentamiento global. De esta forma el planeta se calienta y el suelo se seca provocando más incendios y desertificación. Un círculo vicioso que tenemos que romper”, comentan desde Reforesta.