¿Alguna vez te has planteado abandonar la ciudad y vivir en el campo? Un ritmo de vida más tranquilo, estar en contacto con la naturaleza y ahorrar pueden ser algunos alicientes. Sin embargo, para no emprender el camino inverso al poco tiempo, también hay que pensar en lo que dejaríamos atrás.
Max y Susagna, autores del blog Familias en Ruta, saben bien lo que significa empezar una nueva vida en el campo. En 2011, cuando su hija Lluna tenía tres años, decidieron embarcarse en un “largo viaje por la vida con billete solo de ida con fecha abierta”. Desde Barcelona, donde residían, viajaron por América durante ocho meses. Tras esta experiencia, regresaron a Tarragona para hacerse cargo de una granja natural durante medio año. “Acabamos viajando 4 meses por Irlanda. Fue allí donde alguien nos puso tras la pista de una preciosa escuelita rural pública en Cataluña con la que no podemos estar más satisfechos. A raíz de ahí, vivimos en un pequeño pueblo de La Garrotxa de unos 400 habitantes en una de las comarcas más bellas”, nos cuenta Max, con quien hemos tenido la oportunidad de hablar.
Defensores natos del turismo rural y en familia, Max asegura que los niños “están encantados” con su vida en el pueblo. “Somos unos auténticos privilegiados y ellos más todavía. Su autonomía es muy grande, ya que pueden ir y volver solos al cole, tienen pocos amigos pero muy cercanos, pueden jugar e ir en bici por la calle, algunos vecinos les dejan coger higos o cerezas o, a veces, en otoño van a buscar nueces o bolets (setas). En el pueblo el aire es puro, cerca hay ríos para bañarse y es frecuente tener amigos con ganado o que tienen plantaciones. Animales domésticos no tenemos porque combinamos nuestra vida en el pueblo con largos meses de viaje, así que no nos resulta posible por el momento”.
Aunque ellos han encontrado en esta forma de vida la felicidad plena, son conscientes de que “no todo son ventajas”. Más allá de que debe gustarte el mundo rural y sabiendo que los que más ganan son los niños, “es una decisión que condiciona a toda la familia”.
Y es que la vida en el campo no es tan idílica como podemos llegar a imaginar cuando estamos acomodados en una gran ciudad, de la que queremos salir huyendo. “No me parece honesto vender motos a nadie”, apunta Max, quien asegura que “ser agricultor o ganadero es una de las cosas más duras que existen. Nosotros, sin embargo, tenemos otro perfil, venimos del mundo urbano por lo que somos a menudo llamados neorrurales”.
El término no es nuevo. Sus orígenes se remontan a los años 60, cuando los movimientos contraculturales y Mayo del 68 motivaron a cientos de personas a migrar desde las áreas urbanas a las zonas rurales. En aquella ocasión, no había razones económicas de por medio, sino la búsqueda de una vida más libre, tranquila, menos contaminada y más en contacto con la naturaleza.
Los inconvenientes de vivir en el campo. Sí, los hay
Éstas son también las principales motivaciones de Max y Susagna. Y aunque reconocen que las comunicaciones han avanzado mucho y las nuevas tecnologías han mejorado la calidad de vida de las zonas rurales, no son ajenos a los contras de una vida en el campo. “Entre los inconvenientes de vivir en un pueblo de comarcas está la dependencia del coche, resulta una paradoja pero es así, la falta de variedad de servicios cercanos, como tiendas, bares, cines, ambulatorio, instituto de secundaria, etc. y la dificultad, que no imposibilidad, de encontrar fuentes de trabajo cercanas, además de acostumbrarte a tener un círculo social más reducido y determinado”.
Otra persona que dejó la ciudad para emprender una nueva vida en el campo fue Marc Badal, quien contó a Yorokobu su experiencia en este gran artículo. En él, Marc sostiene que “contra quienes visitan el campo los domingos y lo imaginan como un lugar paradisíaco y relajante, la vida allí requiere un gran esfuerzo”.
Vivir en el campo frente a la ciudad tiene sus pros y sus contras, como todo en este mundo. Una vida en la ciudad, nos acerca a una mayor oferta cultural; hay mejores conexiones e infraestructuras; y nos promete una vida social más activa. Aunque también, está relacionada con un mayor estrés y enfermedades asociadas. En el campo el estilo de vida es más relajado y hay menos contaminación. Pero la escasez de oportunidades laborales y un acceso limitado a servicios sanitarios son algunas de sus principales desventajas. Responsables, además, en gran medida de la despoblación en España.
Contra la despoblación, inclusión financiera
España es el país más despoblado de la Unión Europea, con el 53,95 por ciento de su territorio por debajo de 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Según la Asociación Instituto de Investigación de Desarrollo Rural Serranía Celtibérica, el 5% de la población española vive en el 54% del territorio, una extensión que abarca 4.375 localidades.
Desde el Grupo Caja Rural, llevamos años luchando contra la exclusión y despoblación en España. Para ello, desde todas las Cajas se impulsan medidas de inclusión financiera con el objetivo de que los 1,35 millones de ciudadanos que viven en pueblos sin entidad financiera tengan acceso a los mismos productos y servicios que el resto de personas.
Cajeros automáticos en zonas con menos población, empleados que se desplazan hasta los municipios más despoblados para prestar servicio a sus habitantes y oficinas móviles son algunas de las medidas que ya están en marcha.
Se trata de pequeños grandes gestos con los que contribuimos a que vivir en el campo goce de las mismas oportunidades que una vida en la ciudad.